Antonio Sanchez Roman

 

Antonio Sánchez Román.

Orientador de Secundaria. Experto en Educación Emocional

 

 

Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), el bienestar emocional es “un estado de ánimo en el cual la persona se da cuenta de sus propias aptitudes, puede afrontar las presiones normales de la vida, puede trabajar productiva y fructíferamente y, es capaz de hacer una contribución a la comunidad”. Me detengo brevemente en la última idea: contribuir a la comunidad. Nuestro mundo cambiaría de dirección si desde las familias y las escuelas ayudáramos a que los futuros adultos contribuyan al bien común, desde una doble mirada sintiéndolo como un derecho y como un deber. El bienestar emocional está entrando en la lógica del mercantilismo interesado del crecimiento personal como algo que hay que comprar. LAS FAMILIAS: EL ESPACIO NATURAL PARA EL DESARROLLO DEL BIENESTAR EMOCIONAL “Hay un movimiento por la felicidad que supone que la riqueza y la pobreza, el éxito y el fracaso, la salud y la enfermedad, son fruto de nuestros propios actos. Lo que legitima también la idea de que no hay problemas estructurales, sino solo deficiencias psicológicas individuales, que no existe la sociedad sino solo los individuos…” (Cabanas E. e Illouz, E. 2019) Esta cita me sirve para construir el marco de referencia y enclavar el bienestar emocional en un contexto de emancipación social y personal. Claro que la felicidad como aspiración humana es algo loable y perseguible, por eso, debemos enmarcarla en una visión que no sea reduccionista y que tenga una mirada que sobrepase a los seres humanos en su individualidad.

 

Aceptar que la vida es un continuo que transita entre el dolor y el placer como algo inherente a nuestra propia existencia, es conectar con lo más genuino del ser humano. Entendiendo el dolor como algo muy alejado al sufrimiento. Entender que estamos en un permanente cambio y que las situaciones, las relaciones y las cosas no son estáticas, sino dinámicas. Pensar y sentir al ser humano en los distintos contextos donde se relaciona dentro de los distintos sistemas: El familiar (en la familia de origen y en su caso, en la familia construida, en el escolar con las múltiples interrelaciones que se producen, en el sistema social donde vivimos y en el universo como parte minúscula y muy relevante donde estamos todos integrados tomando conciencia de que nuestros actos pueden provocar “el efecto mariposa”. Sintiéndonos por un lado inmensos y por otro lado minúsculos. Comparto una definición que le oí a Carlos Odriozola, donde afirma que “una persona es feliz cuando tiene sus necesidades básicas cubiertas”. Ahí viene una gran dificultad en la sociedad de consumo donde estamos inmersos y donde difícilmente nos pondríamos de acuerdo. ¿Qué y cuáles son las necesidades básicas? Relacionándolo con la pirámide de las necesidades de Maslow, una persona para ser feliz necesita muy pocas cosas: hogar digno, estar bien alimentado, dar y recibir amor, condiciones higiénicas y un trabajo digno. El problema es que cada vez aumentamos más y de forma artificial nuestras necesidades que, sin ser básicas, las queremos satisfacer.

Después de este preámbulo paso a realizar una humilde propuesta de algunas claves que pueden mejorar el bienestar emocional de nuestros hijos e hijas y, al mismo tiempo, de nosotros, los padres y las madres.

1º Tiempo. Le pueden comprar juguetes, libros, móviles, pero el tiempo no se puede comprar y eso es lo más preciado para nuestros hijos e hijas: que sus padres le dediquen tiempo de calidad. Lo mejor valorado de la pandemia por los pequeños ha sido el pasar más tiempo con papá y mamá.

2º Hacer un buen equilibrio, entre amarles incondicionalmente y poner límites claros. Los límites a nuestras hijas e hijos son un acto de amor.

3º Crear, junto a ellos, espacios de cercanía, de que se sientan seguros y que confíen en nosotros en momentos de dificultad.

4º Preservar su dignidad como persona, nunca le faltes al respeto. Los juicios son un mal modelo para la educación y para las relaciones humanas.

5º No evitarles el dolor, que sepan aprender de las dificultades, como decíamos anteriormente, el dolor y el placer existen, y ambos hay que saber gestionarlos. Esto nos ayuda a vivir desde el principio de realidad.

6º El sistema familiar debe estar ordenado: Los mayores son los mayores y los pequeños son los pequeños. Cada uno debe colocarse en el lugar que le corresponde.

7º Generar espacios asertivos para la gestión de los conflictos, todas las conductas inapropiadas deben ser restauradas.

8º No hagan alianzas con sus hijos e hijas frente a la escuela. La tríada familia-escuela y alumnado deben remar en la misma dirección.

9º No hagan por sus hijos e hijas lo que pueden hacer solos, ni le pidan que realicen aquello que madurativamente no pueden realizar.

10º Eduquen a sus hijas e hijos por el bien común, desarrollen el talento por el bien común.

En resumen, ejercer la bella función de ser padres y madres cada vez se complejiza más. Seguro que todos cometemos errores en este proceso cada vez más largo y con mayores interrogantes. Aceptar que todos los padres y madres lo hacemos lo mejor que sabemos, es colocarnos en la modestia de sabernos y ser imperfectos. Desde ahí cabe todo el amor del mundo.